¿Cuánto molestan las incivilidades cotidianas en Chile y qué revelan sobre nuestra vida en común? Esta pregunta orienta la más reciente medición realizada por GPS Ciudadano, centrada en comprender cómo se experimentan ciertas conductas que, sin ser delitos, alteran las normas implícitas que regulan la vida en sociedad. Se trata de actos que erosionan la convivencia: estacionarse donde no corresponde, poner música a todo volumen en la playa o hablar sin filtros por teléfono en espacios públicos. Este tipo de prácticas, denominadas incivilidades, actúan como una suerte de termómetro del estado de nuestras relaciones sociales: pequeñas transgresiones que, acumuladas, pueden configurar un ambiente percibido como tenso o deteriorado.
A partir de una encuesta nacional, se evaluaron tres dimensiones clave: el grado de tolerancia personal frente a estas conductas, la percepción de cómo las evalúa el entorno cercano y la frecuencia con que se observan en la vida diaria. Esta combinación permite construir una lectura más rica que va más allá de los promedios: revela las tensiones entre lo que nos molesta, lo que creemos que molesta a otros y lo que efectivamente ocurre en los espacios comunes.
Incivilidades intolerables y naturalizadas
El rechazo no es uniforme. Dos prácticas concentran un nivel de desaprobación casi unánime: conducir por la berma y poner música a alto volumen en la playa. El 90 % y el 84% de los encuestados, respectivamente, consideran estas conductas totalmente inaceptables. En el otro extremo, acciones como llevar una mochila grande en el transporte público generan respuestas más matizadas: solo el 16 % la ubica en el nivel de máxima desaprobación, mientras que una mayoría la considera medianamente aceptable (valor 3) o más.
Tabla 1. Nivel de aceptación personal de diferentes situaciones
Este primer bloque nos habla de una jerarquía de normas sociales tácitas. Algunas parecen ampliamente compartidas y su transgresión genera molestia directa. Otras, en cambio, resultan más difusas, sujetas al contexto o marcadas por la ambivalencia.
“A mí me molesta, pero a los demás no tanto”
Cuando se pregunta qué tan molestas son estas conductas para el entorno cercano, emerge una diferencia sistemática. Por ejemplo, si bien casi el 90 % rechaza conducir por la berma, solo el 64% cree que eso molesta a todas las personas de su entorno. En otras conductas, la distancia es aún mayor: hablar por teléfono a viva voz es considerada inaceptable por el 28 %, pero apenas el 20 % cree que todos los demás la reprueban. Lo que predomina es la percepción de un entorno más tolerante que uno mismo.
Tabla 2. Percepción de molestia en el entorno
Este fenómeno –conocido como ignorancia pluralista– sugiere que muchos pueden pensar que ciertas normas no están tan vigentes como realmente lo están, lo que debilita los mecanismos informales de control social. Si cada uno cree que el resto “aguanta más”, entonces se reduce la presión colectiva por corregir o contener comportamientos disruptivos.
Lo que se ve y lo que se tolera
La tercera dimensión del estudio aborda la frecuencia con que se observan estas incivilidades. En esta capa, la experiencia cotidiana modifica el juicio moral. Hablar por teléfono a viva voz es la conducta más habitual: dos de cada tres personas declaran presenciarla con frecuencia o a diario. Le siguen la música fuerte en playas y la invasión de bermas por automovilistas. Por el contrario, acciones como comer empanada en el bus son menos frecuentes, con casi la mitad ubicándola en el rango de “rara vez”.
Tabla 3. Frecuencia con que se observan las conductas
Esta combinación –alta desaprobación y alta frecuencia– resulta explosiva. Genera molestia acumulativa, sensación de impunidad e incluso puede erosionar la percepción de eficacia de las normas. En cambio, aquellas conductas menos frecuentes y menos reprobadas tienen menos peso en la experiencia de incivilidad cotidiana.
Mapa de la molestia: índices y patrones
Para representar de forma sintética estas dimensiones, se construyeron dos índices: uno de tolerancia personal y otro de percepción de tolerancia ajena. Ambos contienen el promedio de percepción de cada situación (personal y del entorno). Al graficar ambos en un espacio bidimensional, se observa una concentración clara en el cuadrante inferior izquierdo: la mayoría de los encuestados se ubica en posiciones de baja tolerancia, tanto propia como atribuida al entorno. Esto sugiere que, a pesar de cierta variabilidad en conductas específicas, existe una base compartida de desaprobación frente a las incivilidades.
Sin embargo, al desagregar por atributos sociodemográficos, emergen algunas diferencias relevantes. La tolerancia personal y la que atribuyen a su entorno disminuye con la edad (es decir, las personas mayores toleran menos estas conductas). Este patrón sugiere que la experiencia vital acumulada – en el caso de los mayores– podría estar asociada a una mayor internalización de normas sociales tradicionales o a una menor disposición a aceptar cambios en los usos del espacio público. Por otro lado, por nivel socioeconómico no se registran diferencias a nivel personal, pero sí –levemente– en la atribuida a su entorno. Específicamente, personas en sectores de mayores ingresos perciben una actitud levemente más laxa en su entorno frente a estos comportamientos. Finalmente, hay algunas diferencias por sexo, siendo las mujeres relativamente menos tolerantes a estas acciones.
Una señal de alerta (y de oportunidad)
La fotografía que ofrece esta medición revela un fenómeno más complejo que un simple juicio moral. Las incivilidades cotidianas no solo incomodan: son síntomas de una convivencia social más frágil, donde se debilita el acuerdo colectivo sobre lo que es aceptable. Cuando las normas se perciben como compartidas, las sociedades tienden a autorregularse. Pero si ese acuerdo se desdibuja (o se cree que está desdibujado), la molestia se transforma en resignación y la resignación en distanciamiento.
Por eso, más allá del detalle de cada conducta, el verdadero valor de esta medición es que ofrece una métrica del malestar social cotidiano, de esas pequeñas fricciones que rara vez se registran, pero que moldean el tono de la vida urbana. En tiempos de polarización y crispación, entender dónde están los puntos de tensión puede ser el primer paso para reconstruir consensos mínimos.
Las incivilidades, en definitiva, no son solo un problema de educación cívica o modales: son un espejo – y un termómetro – del tipo de sociedad que estamos construyendo. Y lo que refleja ese termómetro invisible merece ser atendido con seriedad.
Ficha técnica
- Diseño de investigación: Estudio cuantitativo no probabilístico
- Modo: Encuesta online vía correo electrónico
- Universo: Personas mayores de 18 años usuarios de correo electrónico, que pertenecen al panel GPS CIUDADANO
- Marco muestral: Base de datos de correos electrónicos de personas que habitan en el territorio chileno.
- Muestra: 2.390 entrevistas web.
- Ponderación: Ajuste post-encuesta considerando Región, Sexo, Edad, Nivel educacional, GSE, Tipo de vivienda y Cantidad de miembros del hogar (Hogares unipersonales). Los parámetros poblacionales de Región, Sexo y Edad fueron obtenidos las proyecciones de población para el 2024 realizadas por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Los parámetros de nivel educacional, GSE y Tipo de vivienda provienen de la base de datos de encuesta CASEN 2022, utilizando el factor de expansión regional. El parámetro de hogares unipersonales utilizado proviene del CENSO 2024.
- Tasas de contacto: 23.0% (corresponde a la proporción de correos abiertos respecto de los enviados)
- Tasa de respuesta: 10.2% (corresponde a la proporción de encuestas respondidas sobre el total de correos abiertos)
- Método de muestreo: Muestreo aleatorio simple sobre marco muestral disponible.
- Periodo de terreno: 11 al 16 de Junio 2025